sábado, 10 de marzo de 2012

Las partículas elementales.

Acabo de terminar una copa de vino de un Somontano un poco caro, un cigarrillo y la novela que me hace sentarme aquí, un sábado por la noche, una noche que guardará para siempre el gusto del buen vino, del tabaco y de esta lectura embriagadora.

No creo que pueda escribir mucho acerca de ella.  Es lo que ocurre cuando la sensación es tan compleja, tan mezclada en el paladar con el vino y tan todavía en la nariz con el cigarrillo recién aplastado, que ninguna palabra sería capaz de expresar, de momento, una idea clara de lo que esta novela nos ofrece, de lo que esta novela me ha dado.

Estoy emocionada. Me envuelven mil sentimientos al haber cerrado la última página y haberme despedido de estos dos hermanos, Bruno y Michel, que me han acompañado esta última semana, tan rara. 

Dice Vila-Matas que cuando una novela es genial, no se consigue contar de qué trata. No sé si será verdad.  Yo, por si acaso, no pienso hacerlo, no vaya a ser que mi escritor catalán favorito se enfade conmigo y no venga a verme.  Sólo os diré que en ella encontraréis una realidad contada sin miedo, de personas que viven al lado de la vida, dos antihéroes novelescos en toda regla, dos hermanos que te llevan de la mano por el borde de la vida, tan distintos, tan iguales, y que te deja con el regusto de una tristeza -literaria- que todos intuimos que existe porque en algún momento decidimos por dónde transitamos la vida.

Todos los sentimientos están en esta novela. Todos los que nos definen, los que mostramos porque consensuamos que son del agrado de todos y los que escondemos y maquillamos y tapamos porque nos han dicho que son lo peor de nosotros mismos.  No hay ni un hueco para la cobardía. Y todos para el hombre.

Un beso.  Yo voy a hacer aprecio a este vino tan caro y quizás encienda otro cigarrillo.  

Michel Houellebecq.  Las partículas elementales.

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